3 de abril de 2012

Pinceladas de la Pampa Gringa. Liliana Fassi



Vívido fresco de una Argentina latente y vital, estos cuentos de Liliana Fassi son como espigas que a veces se mecen con la brisa suave o que son azotadas por violentas tempestades. Historias de sacrificio, resignación, abnegación obstinada para vencer obstáculos, sueños y proyectos, fracasos y éxitos medidos con un solo parámetro: trabajo y más trabajo. Esa laboriosidad de los inmigrantes que hicieron una Argentina potente con su humilde y continuo esfuerzo aparece en estas páginas con una fuerte carga nostalgiosa.
En esta serie de cuentos laten olores y sabores de la tierra, los alimentos, los animales y los hombres. La vida rural y sus faenas, el ritmo de las pequeñas colonias, los oficios simples cobran relieve en el mundo sacrificado de la pampa gringa. Las expresiones propias de cada cultura, las voces de cada pueblo encuentran puntos de contacto en la difícil construcción de una identidad común. Plásticas imágenes se plasman en la retina con enorme fuerza evocadora. Paisajes descriptos con mínimos detalles generan un friso de época que son el marco vívido de estos relatos que cobran ritmo ora cansino, ora dramático, como la vida misma.
Voces propias, voces de los otros y un entramado sutil que reconstruye una identidad y una cultura tan variada y mixta como la Argentina.


Lic. Miriam Divito



Vivir una vida diferente
(fragmento)

I


Anselmo y Catalina llevaban muchos años juntos. 
El noviazgo había sido breve. Un año después de la boda, llegó el primer hijo; dos años después nació el segundo y, con la misma frecuencia, lo hicieron los otros diez. 
La pareja trabajaba hombro con hombro en su chacra, ayudada por los hijos a medida que fueron creciendo. Después, los muchachos formaron sus propias familias y los padres se quedaron solos. Ya mayores, seguían viviendo y laborando su pequeño pedazo de campo. Cuando era necesario, contrataban peones para que los ayudaran.
De tanto en tanto, algún linyera aparecía por el camino flanqueado de paraísos que conducía a la casa. Llegaban al atardecer, con su atado de trapos colgado del hombro. Buscaban algo de comida, un poco de yerba y un lugar donde calentar el agua en los recipientes de hojalata que eran parte de su equipaje. 
Anselmo era hospitalario con ellos. Los dejaba dormir en un rincón del galpón en el que guardaba las máquinas. Los hombres se acomodaban sobre unas bolsas, si las había, o directamente sobre el piso desnudo. No tenían mayores pretensiones. En algún momento, Catalina había pensado que, ya que debían contratar peones ocasionales, además del albergue podían ofrecerles trabajo, pero Anselmo la había desalentado: no estaba en ellos trabajar. Su única aspiración era andar por el mundo, libres, sin posesiones pero sin responsabilidades.
Una tarde, como otras veces, Anselmo vio venir hacia la casa a un hombre barbudo y encorvado, con su lingera al hombro. A medida que el vagabundo se acercaba, Anselmo pudo ver mejor la suciedad de su ropa, los huecos que en su boca habían dejado los dientes perdidos, los dedos asomando por los zapatos destrozados.
—Buenas, don –saludó.
—Buenas –respondió Anselmo-. Me imagino que debe andar buscando donde pasar la noche.
—Usted lo ha dicho. Y como su chacra es la que está más cerca de la estación, me pareció que le podía pedir permiso para dormir en su galpón. Mañana me iré cuando pase el tren.  
Cuando el hombre habló, Anselmo se sintió sorprendido: a pesar de su aspecto desastrado, su voz sonaba como la de alguien que, en algún momento, había recibido cierta educación. 
—Puede acomodarse ahí –le señaló un lugar.
—¿Sería mucho pedir un poco de pan y yerba para hacerme un mate cocido?
—Un plato de comida no se le niega a nadie en esta casa –dijo Anselmo-. Ya mismo le digo a mi mujer que prepare un poco más. 
Fue hasta la cocina y le contó a Catalina que, esa noche, tenían un huésped. Ella sirvió un tercer plato del estofado que estaba cocinando y colocó yerba en una taza. 
—Tomá –dijo-. No te demores, así no se te enfría.
Anselmo apuró el paso hasta cruzar la puerta que había en el tejido que cercaba el patio y se dirigió a los galpones. Entró en el más chico, donde el hombre ya había encendido un fuego y puesto a hervir agua en una lata.
—Tenga cuidado de no prenderle fuego a las bolsas –le dijo-. Mire de apagarlo bien antes de dormirse.
—No tenga miedo –le respondió el linyera-. Y gracias por todo.
—Que tenga buen provecho –respondió Anselmo.
Cuando volvió a la cocina donde Catalina lo esperaba para cenar, le dijo:
—Vos lo vieras; tiene la misma mugre que tienen todos, apesta igual, pero éste parece distinto. 
—Tené cuidado. Mirá que se cuentan tantas cosas –era la advertencia de siempre.
—Pero si es viejo como nosotros, pobre diablo. ¿Qué nos puede hacer? Yo siempre pienso, ¿cómo pueden hacer esta vida?
—¿No sos vos el que decís que no les gusta trabajar, que quieren vivir libres y qué sé yo cuánto?
—Sí, pero cuando ya llegan a esta edad... ¿no querrán tener una casa, una familia?
—Vos asegurate de cerrar bien con tranca esta noche –cortó ella-. Sabés que cuando hay alguno de éstos yo no estoy tranquila hasta que se va.
Al día siguiente, como siempre, Catalina se levantó muy temprano, encendió el fuego en la cocina a leña y llenó el pequeño tanque de agua. Cuando preparó el desayuno sirvió una tercera taza de café con leche y cortó unas cuantas rebanadas de pan que untó generosamente con manteca. 
Con el plato en la mano, Anselmo volvió a hacer el recorrido de la noche anterior. Por el este aparecían los primeros rayos del sol, que  teñían de rosa un cielo muy limpio. Pensó que pronto empezaría a helar. 

Continúa...


Liliana Fassi


Nació en La Palestina (Córdoba) en el año 1962. Reside en la ciudad de Villa María desde 1968. 
Es Licenciada en Psicopedagogía, graduada en la Universidad Nacional de Río Cuarto.
Durante 1998 y 1999 publicó artículos en “El Corredor Mediterráneo”. Suplemento Cultural de Puntal. Río Cuarto / Villa María / San Francisco.
Conjuga el interés por la creación literaria y la narrativa con la investigación genealógica, a la cual se ha dedicado en los últimos años. Este interés la ha llevado a investigar sus orígenes y a recrear literariamente la historia de la inmigración de sus ancestros. 
En 2011 su cuento “La ofrenda” integró la antología “Memoria y rescate. Primer Certamen de Narrativa”, editada por la Asociación Italiana de Santo Tomé (Santa Fe).



Datos del libro:
Pinceladas de la Pampa Gringa, por Liliana Fassi, 1a ed., Villa María, El mensú ediciones, 2012, 180 p.; 21x15 cm, (En la atmósfera; 6). ISBN 978-987-27570-6-9.




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